Se echó a volar, encontró el árbol, la rama, la hoja exacta donde antes se hallaba la flor, pero la flor ya no estaba.
Sólo encontró un fruto maduro de un intenso color encarnado. Al verlo, el abejorro se entristeció. “Nunca más podré darle las gracias a la flor de cerezo. La oportunidad está perdida para siempre. ¡Pero esto me servirá de lección!”, sentenció.
Mientras lo estaba pensando, percibió un dulce perfume: la corola rosada de otra flor le sonreía, y con todas sus ganas se lanzó a una nueva aventura.
Cuento de Bert Hellinger.
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