Érase una vez un dragón, que tenía por nombre Llama. Este nombre se lo habían puesto porque se enfadaba en muchas ocasiones, y hacía salir su furia en forma de grandes llamaradas que terminaban arrasándolo y quemándolo todo. Por este motivo, a Llama le costaba hacer amigos, porque siempre había un momento en el que algo de otro persona le enfadaba, y como no era capaz de arreglar sus enfados de otro modo, siempre perdía a sus amigos, después de que quemara sus casas o sus ropas, fruto de su furia.
Llama no era feliz por este motivo, pero él no perdía la esperanza de algún día ser capaz de hacer amigos, sin que estes le abandonaran. Lo intentaba una y otra vez, y se preguntaba el porqué de su desdicha, cuando él no se consideraba una mala persona. Ni siquiera se sentía identificado con esa furia que le salía y era la culpable de sus males. Él quería ser de otra manera, y tratar de solucionar sus enfados de otro modo….pero no era capaz. Sentía cómo una especie de fuerza lo invadía cada vez que algo le enfadaba, y no era capaz de detener los acontecimientos. Cuando quería darse cuenta, ya había arrasado todo a su paso, y sus amigos le habían abandonado.
En una ocasión, y en uno de sus múltiples viajes, Llama llegó a un pueblo que le resultó acogedor. No tardó en enterarse de que el pueblo tenía un rey, y Llama se dispuso a tratar de conocerlo. Se acercó al castillo donde este vivía, y pidió hablar con él. El rey enseguida lo recibió. Lo hizo pasar a un gran salón, y mandó preparar para él una suculenta merienda. El rey era conocido por su gran generosidad y la cercanía con la que trataba a todo aquel que lo visitaba o le saludaba.
Estuvieron un buen rato presentándose y hablando amablemente, hasta que el Rey dijo al Dragón:
- Vaya, no me había fijado en tu gran cola…es casi más grande que tú- al tiempo que soltó una gran carcajada.
Fue entonces cuando Llama se percató de esa sensación que le era muy familiar, esa que consistía en que una corriente empezaba a atravesarle el cuerpo desde los pies a la cabeza, y terminaba en esa explosión de furia que tantos problemas le traía. Todo ocurría de un modo tan rápido que a Llama no le daba tiempo a nada, las llamas ardían en su boca deseando salir y era cuestión de segundos. Y así fue, cuando fue capaz de abrir los ojos, todo apareció calcinado y de un color negruzco muy familiar para Llama.
Miró a su nuevo amigo el Rey, con sus lujosas vestimentas ahora reducidas a harapos, y vio en su rostro reflejada la sorpresa por lo ocurrido, aunque algo en su mirada le sorprendió, creyó ver en ella algo que hasta ahora nunca había visto en el resto de personas que habían probado su furia.
A pesar de ello, Llama creyó que todo lo que vendría a continuación sería lo que él ya conocía por otras ocasiones: el Rey lo echaría del castillo, y de nuevo otro amigo lo abandonaría. Sin mediar palabra, y anticipándose a que esto ocurriera, Llama comenzó a avanzar sigilosamente, con la sensación de abatido y cabizbajo, hasta la puerta para disponerse a abandonar el castillo, ante la atónita mirada del rey.
No había recorrido más de unos cuantos metros, cuando reconoció la voz de su amigo en el fondo del salón:
- ¿A donde vas?- preguntó el rey.
- Me voy….- contestó muy triste el dragón- Sé que estarás enojado conmigo por lo que he hecho, y me echarás del castillo y de tu vida.
- Vaya…y tú como sabes eso?, si yo aún no te he dicho nada?
- Porque todos mis amigos me echan de su vida o me abandonan cuando lo quemo todo con mis llamas, y sé que tú harás lo mismo.
- Pues me temo que no todas las personas somos iguales, y aunque una gran mayoría de tus amigos reaccionen de ese modo, no quiere decir que yo también lo vaya a hacer.
Llama no podía creer lo que estaba oyendo. Era la primera vez que alguien a quien él había quemado sus pertenencias le seguía hablando, y no se encolerizaba con él.
- Me gustaría que te quedaras…- dijo el rey con firmeza y mirándole a los ojos- Si lo haces, podremos hablar de lo que ha sucedido, y quizás juntos podamos entenderlo y hacer lo posible para que podamos seguir siendo amigos.
Llama notó como varias lágrimas asomaban por sus ojos, y caían después por sus mejillas. Una gran emoción le invadió, y no fue capaz de contener el llanto que, de igual manera que hacía la furia, se apoderó de él, y se sorprendió a sí mismo llorando desconsoladamente. Lloró y lloró y el rey permaneció a su lado mientras lo hacía, sin dejarlo solo ni un momento.
Llama no entendía muy bien que era lo que estaba sucediendo allí, pero sabía que era la primera vez que las cosas ocurrían de un modo diferente, y había algo en aquel rey que le sorprendía y lo mantenía anclado al suelo de aquel castillo. De repente sintió unas ganas enormes de permanecer al lado de su amigo, y descubrir a donde le llevaría esta nueva situación, que el desconocía, pero era enorme la curiosidad que albergaba, por saber más de aquel rey, que no le había echado de su castillo, a pesar de haberle quemado algunas de sus pertenencias.
El rey mandó a todos los obreros del reino que se pusieran manos a la obra para arreglar todos los desperfectos que el fuego había causado, y ofreció a Llama descansar un poco en una de sus habitaciones:
- Ve y descansa un poco. Creo que lo necesitas, y cuando estés un poco más tranquilo, si te apetece hablaremos de lo que ha ocurrido.
- De acuerdo- Contestó Llama.
Horas más tarde, cuando Llama fue capaz de tranquilizarse, y se vio con fuerzas para hablar con el rey, fue a buscarlo. Lo encontró dando instrucciones a los obreros a cerca de las nuevas reformas. El rey, al verlo, dejó inmediatamente lo que estaba haciendo, y condujo a Llama a un salón que no había resultado herido por los acontecimientos. Llama seguía muy sorprendido, porque nunca le habían tratado con tanta amabilidad, sobre todo después de haber hecho lo que ambos sabían.
Se sentaron a la lumbre de una gran chimenea, en unos sillones muy cómodos. Llama se sentía avergonzado y no sabía muy bien qué decir ni por dónde empezar a hablar. El rey enseguida tomó la palabra.
- ¿Te encuentras mejor?- Le dijo el rey…
- Si…bueno…al menos estoy más tranquilo…aunque reconozco que estoy un poco sorprendido…porque esto no es lo que me suele pasar. Todos mis amigos me abandonan cuando yo quemo sus cosas…y tú…en fin…tú pareces diferente.
- Verás Llama, en realidad yo no soy tan diferente a tus otros amigos. Quiero decir que, al igual que ellos, he sentido rabia y enfado porque algunas de mis cosas han terminado quemadas, y has quemado uno de los salones de mi casa. Lo que sí es diferente, es mi modo de relacionarme con mi enfado.
Llama se mostraba perplejo y no entendía nada. Nunca nadie le había hablado de aquel modo, y mucho menos creía en la posibilidad de que las personas pudieran reaccionar ante el enfado de un modo diferente al que él conocía, y que era, pues, con más enfado.
El rey siguió hablando:
- Lo que quiero decirte, y me gustaría que entiendas es que, los sentimientos de enfado son normales en nosotros, y a veces hasta necesarios. No está mal que uno se enfade o algo nos moleste. Lo que está mal es lo que uno a veces hace con su enfado. Verás...- continuó explicando el rey- el enfado es visto muchas veces como algo que tiene poder sobre nosotros, como si fuera una especie de duendecito que nos dirige. Y esto no es así, en realidad nosotros tenemos poder sobre ese duendecito que nos asalta en ocasiones, y podemos decirle como queremos que se manifieste. Podemos escoger encolerizarnos, romper cosas, quemas cosas, gritar, echar culpas a otros…o podemos escoger tratar de entender por qué estamos enfadados, para poder calmarnos sin perjudicar a nadie ni a nada.
Llama permanecía con los ojos muy abiertos ante las explicaciones del rey. Nunca había pensado en que las cosas pudieran ser de una forma diferente a como a él las conocía, pero de repente se sintió tremendamente interesado por seguir escuchando, y conociendo más de todo aquello que el rey le contaba.
- En muchas ocasiones, el enfado es una forma de ocultar otras cosas que estamos sintiendo, como miedo o tristeza por algo. Solemos enfadarnos porque creemos que con el enfado conseguiremos calmar ese miedo…pero esto normalmente no es así. Nuestros miedos aumentan. Si en lugar de tapar esos miedos con el enfado, conseguimos detectarlos y reconocerlos, podremos calmarlos de otras maneras, de modo que no nos perjudique ni a nosotros, ni a las personas que tenemos cerca. Y entonces ya nunca más necesitaremos usar el enfado, porque en realidad no cumple ya ninguna función.
Llama empezó a identificarse con las palabras de su amigo, y se sorprendió a sí mismo tratando de ver si aquello que el rey le decía podía tener algo de cierto en lo que a él le pasaba. Echó la vista atrás, y trató de recordar aquellas primeras veces en las que empezó a utilizar su enfado para calcinar todo aquello que le molestaba. Hizo un esfuerzo, y pensó si sus habituales enfados eran en realidad, una tapadera de alguna otra cosa, tal y como decía el rey, que le estuviera haciendo daño y él no se diera cuenta.
Pensó entonces en que cuando era más pequeño, siempre tenía miedo a no caer bien a sus amigos, sentía que todos ellos eran más simpáticos que él, que tenían más habilidades, eran más guapos, y que por lo tanto, eran más dignos que él de caer bien y de tener más amigos. El sentía que no era merecedor de tal cosa, y que seguramente sus amigos no le querrían porque él no era tan bueno, ni tenía cosas tan maravillosas como todos los demás.
Cuando fue capaz de articular palabra, explicó esto al rey. Le dijo que él siempre habría creído que los demás eran mejor que él, que no creía que él tuviera cosas maravillosas que atrajeran a la gente, y por lo cual los demás nunca querrían ser sus amigos.
El rey lo miro fijamente, y acariciándole una de sus grandes patas, le dijo:
- ¿Y ahora crees realmente que eso es así? ¿De verdad crees que no hay en ti cosas maravillosas que a otros puedan gustar y por lo tanto quieran ser tus amigos?
Llama hizo un gesto con la cabeza, como avergonzado, y se sintió tremendamente emocionado por aquellas palabras. Realmente había creído eso toda su vida, y nunca había dedicado ni un minuto de su tiempo a pensar en si él podía tener cosas estupendas que gustaran a otros.
- Verás Llama, todos solemos pensar que los demás son mejores que nosotros, o tienen cosas maravillosas de las cuales nosotros carecemos, pero esto es porque nos es más fácil ver lo de los demás que lo nuestro propio. Al igual que te pasa a ti, también le pasa a los demás, que ven en ti cosas que ellos quisieran poseer, porque les parece maravilloso.
- ¿En serio lo crees?- dijo sorprendido el dragón levantando con rapidez su cabeza.
- Pues claro que lo creo- respondió el rey- lo que ocurre es que no tenemos por costumbre decirnos unos a otros las cosas que nos gustan de los demás, y con lo cual a veces no sabemos que partes de nosotros gustan, pero sin duda esas partes existen.
Por primera vez en toda su vida, Llama fue consciente entonces de lo que le había sucedido. Durante mucho tiempo, él mismo se había creído aquellas ideas irracionales de que él no era tan bueno como los demás, y por tanto poco digno de que sus amigos le quisieran. Dado que creía esto a pies juntillas, cuando se acercaba a sus amigos, lo hacía muerto de miedo porque temía que no le aceptaran. Todo iba bien, hasta que alguien lo contrariaba o le hacía una broma, porque Llama creía que si se burlaban de él, o no estaban de acuerdo con algo que él decía, esto significaba que no le querían. Y de ahí que se enfureciera y empezara a utilizar su “genio” y sus llamas para destrozar todo lo que encontraba a su paso. Siempre había parecido un dragón mal humorado y tremendamente enfadado….cuando en realidad, lo que estaba era…muerto de MIEDO.
Llama no sabía cómo contener tanta emoción y de nuevo lloró y lloró, hasta que se quedó sin lágrimas. Toda su vida se había identificado con aquel dragón con aspecto de malhumorado, y ahora se daba cuenta de que eso solo era una fachada, una forma poco útil de ocultar su miedo.
- Siento haberte quemado la casa, y tus ropas…te pido disculpas…- dijo Llama a su amigo, entre sollozos. Al mismo tiempo que pronunciaba estas palabras, se daba cuenta de que era la primera vez que pedía disculpas a un amigo, por un daño que él le había hecho.
Era le primera vez que se daba cuenta de que esa forma tan poco útil de manifestar su enfado, traía consecuencias negativas a la gente que él quería, y desde luego, así era muy fácil que sus amigos lo abandonaran.
- Oh no te preocupes! –contestó el rey- se perfectamente que no era tu intención quemar mi casa. Lanzar tus llamas, era la única manera que habías aprendido hasta ahora de manifestar tu enfado. Pero desde el primer momento en que entraste por la puerta de mi castillo, me di cuenta de que eras un gran dragón, con un montón de cosas estupendas que ofrecer, y me apeteció enseguida conocerte y ser amigo tuyo. Fíjate en una cosa…si yo me hubiera enfadado contigo por quemar mi casa y te hubiera echado de mi castillo, me habría perdido la oportunidad de conocerte, y nunca hubiéramos sido amigos.
Llama era cada vez más consciente de cuantas cosas había hecho de la manera equivocada. Él solo quería tener amigos, y que le quisieran, pero por dejar que su enfado le invadiera y demostrarlo a sus amigos con las llamas, nunca conseguía lo que quería, y siempre lo abandonaban.
Llama y el rey continuaron largo rato hablando de estas cosas, y de otras. El rey decidió celebrar una gran cena en honor a la visita de su amigo, al que ahora apreciaba mucho, y vinieron gentes del reino y de reinos cercanos. Llama conoció un montón de gente, y empezó a aplicar todo lo que su amigo el rey le había enseñado. De esta manera pudo bromear y aceptar bromas de otros, también dar opiniones positivas o negativas, y recibirlas de otros. Y oyera lo que oyera, nunca más pensó que la gente no lo quería. Lo que aprendió a pensar fue que los demás podían estar de acuerdo o no con él, o podían bromear sobre él, pero esto no significaba que no lo quisieran.
Llama nunca necesitó volver a utilizar sus llamaradas, ni siquiera enfadarse. Aprendió a aceptar a los demás como eran, a expresar lo que sentía, a no tomarse mal los actos de los demás, y sobre todo a empezar a pensar que tenía cosas maravillosas por las cuales era digno de que sus amigos le quisieran.
Ana B. Taboada. Psicólogo
Num col. G-4678
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