25 feb 2013

Terapeuta gestal



¿Cómo es un terapeuta gestáltico?

Para esta pregunta existen muchas respuestas posibles y a la vez ninguna.

En diferentes libros de Gestalt, los autores hablan de “acompañar” al paciente en su proceso, a su ritmo, a su tiempo y según sus posibilidades. Esto sería parecido a convertirse en el copiloto de un auto en el que nosotros como terapeutas no decidimos la velocidad, ni manejamos el vehículo y tampoco escogemos la ruta. Entonces ¿qué hacemos?

Siguiendo en este ejemplo del copiloto, sí podríamos mostrarle al piloto lo obvio, cosas que posiblemente él no observa, bien sea porque está preocupado por el futuro, porque está angustiado por el pasado, porque quisiera viajar acompañado en vez de hacerlo solo, porque no sabe cómo transitar en esa ruta, porque no sabe cómo detenerse, porque no sabe cómo contactarse con otros pilotos sin competir o hacerse daño, entre muchísimas posibilidades.

La cuestión no es saber por qué al piloto le sucede lo que le acontece. Allí no hay respuesta alguna. Quizá la cuestión sea estar con él e irle marcando la forma en la que habitualmente maneja ese vehículo que es su vida, de tal manera que el paciente se vaya dando cuenta de los esquemas viejos que ya no le sirven y los sustituya por otros, nuevos y diferentes para él.

Podemos ayudar a que perciba la velocidad a la que va y se dé cuenta si quiere ir a ese ritmo o más rápido, quizá más lento; quizá más rápido ahora y más lento luego, por ejemplo. O que se dé cuenta de que si no para nunca a descansar, lo más probable es que se agote y ya no quiera manejar más o que si no se detiene a hablar y a compartir con otros pilotos, no podrá contactarse con ellos.

Igualmente, nuestro trabajo terapéutico está en mostrarle que a veces lo que se imagina no es lo que realmente sucede. Quizá a veces el piloto escoge la Ruta B en vez de la Ruta A porque creyó ver animales en la A y pensó que era mejor evitarlos. Así que, desde el asiento de al lado, le decimos que pruebe y que se dé cuenta si lo que ve como una amenaza es real o se basa en un imaginario. Lo invitamos a que se contacte con sus emociones y con su cuerpo, mas que con su mente. Lo invitamos a que desde sus necesidades genuinas haga contacto con él mismo y con su ambiente.

¿Cómo lo hacemos? El cómo de nuestra labor está en la técnica. Técnicas que aprendemos en la escuela y sin recetario vamos dosificando delante de nuestro paciente, según su ritmo, su proceso, nuestro instinto, nuestro amor, nuestro respeto y nuestra actitud. Parece fácil de escribir y decir, sin embargo, esto tiene lo suyo y en sí es también un tema a tratar.

El instinto tiene que ver con la actitud. Y es lo que en definitiva, marca la diferencia en un trabajo o en otro. Y no se trata sólo de la actitud del terapeuta, también tiene que ver con la actitud del paciente.

Vayamos por partes. La actitud del terapeuta. Saber utilizar una silla vacía, una técnica expresiva o una supresiva no es la garantía del éxito de una terapia, incluso aún cuando ésta sea usada en un momento oportuno o de una manera correcta.

Como facilitadores podemos conocer que si movemos una palanca del auto de determinada manera, esto puede causar un efecto en el piloto o en el viaje que realiza. Ahora bien, si esto no viene acompañado de una presencia entera, de disposición para el otro, el efecto será menor o al menos diferente. He allí la distinción: la entrega, la confianza, el estar allí, conocer y aceptar mis límites, con conciencia de que este momento es único y la persona que tengo a mi lado también lo es, con la noción de que no soy “esto” o “aquello” y que vivo en una constante actualización de mí mismo. No puedo, como terapeuta, mostrarle al otro lo que yo no puedo ver en mi propio camino. No puedo llevar a un paciente a visitar la nieve si mi propio cuerpo aún no la ha conocido. No en vano dicen que el techo del paciente es el mismo que el del terapeuta.

Por ello es tan importante que el terapeuta haya realizado trabajo personal. El desarrollo de la actitud gestáltica tiene que ver con mi crecimiento, con mis propias experiencias, con pasar por mi cuerpo lo que invito al otro a experimentar, con haber limpiado mi casa para poder invitar al otro a que venga a visitarme.

Sobre la actitud del paciente. Él o ella vienen como vienen, como pueden, como saben. No hay más ni menos. El terapeuta propicia el contacto, consigo y con el ambiente, estimula la responsabilidad, lo invita a vivir nuevas experiencias fuera de la cristalización, lo aúpa a que sea auténtico y que se dé el permiso de escucharse, sentirse y ser congruente con él y con sus sensaciones. Estár a su lado para contenerlo cuando hace falta y para frustrarlo si así se requiere.

El viaje que realizamos con el o los pacientes durará lo que tenga que durar. El tiempo depende de cómo se va avanzando en la carretera. Puede suceder que un paciente no esté preparado para seguir ahondando en su propio proceso, está en él y en sus propio ritmo, decidir cuándo estar y cuándo no. Es allí donde nuestra flexibilidad como copilotos juega un rol fundamental, por más que deseemos estar para el otro y por más bien intencionadas que sea nuestra actitud y disposición, el proceso es del otro, no nuestro. Y por lo tanto, es nuestro trabajo respetarlo y acompañarlo mientras él así lo desee.

Autor del texto:
Lic. Raiza Ramírez
Psicoterapeuta Gestáltica y Terapeuta en Constelaciones Familiares



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